La historia de este conflicto nos lleva hasta 1917, cuando el gobierno británico expresó su apoyo al establecimiento de un estado judío permanente en Palestina con una carta llamada declaración de Balfour que reconocía el derecho de los judíos a reconstruir su antigua patria en Palestina. Esta declaración fue refrendada posteriormente por la Sociedad de Naciones (la predecesora de lo que hoy conocemos como la ONU).
Para 1922, la sociedad de naciones autoriza a gran Bretaña a ayudar al pueblo judío a establecer una patria en Palestina con el Mandato Británico para Palestina.
Pero la Declaración de Balfour no decía nada sobre la población árabe autóctona —excepto una referencia al respeto de los derechos civiles y religiosos— y, desde luego, no mencionaba ninguna aspiración nacional que pudieran tener los árabes
Lejos de crear un ambiente pacífico y resolver los conflictos por la tierra, entre1933 y 1936 la tensión entre árabes y colonos judíos condujo a disturbios.
En 1937, a raíz de estos disturbios, una comisión británica publica un informe recomendando la partición de Israel en un estado árabe, un estado judío y una zona neutral para los lugares sagrados. Un año después, una comisión separada concluye que la partición planificada no es práctica y el plan se abandona.
Las semillas de la conciencia nacional palestina brotaron en respuesta a la presencia colonial británica y a la creciente población judía. Y en noviembre de 1947, las Naciones Unidas votaron a favor de la partición de Palestina en un Estado árabe y otro judío, un momento decisivo para los palestinos que rechazaban la división de la disputada Tierra Santa.
Para 1939 (y hasta 1945) ocurrió la tragedia: se libró la Segunda Guerra Mundial en Europa y el Pacífico y en ese contexto más de seis millones de judíos murieron en el Holocausto.
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